LA DAMA, LA MUJERZUELA
Y EL TACITURNO

La dama la mujerzuela y el taciturno

Se ha de soñar
pero con los ojos abiertos

Eleonora y Cynthia han sido muy unidas desde sus primeros años de guardería. Aquel domingo en la tarde recapitulaban, por primera vez en muchos años, los tiempos de fortuna que habitaban las calles de Santiago antes que azotara el régimen totalitario de Pinochet.

Luego de la excitación compartida por todas las historias que tenían para contarse, se albergó entre ellas unos minutos de silencio. Cynthia cerró los ojos y optó por una posición de paz con el universo, intentando hacerse una con el sonido desordenado del viento y los rayos de sol, mientras Eleonora se tomó el momento para recordar, cuando una devastadora imagen se apoderó de ella: recordó a la familia de Cynthia, como tantas otras amenazadas por la dictadura, huyendo a países fraternales que daban refugio a los que llegaban en calidad de asilo político. Su amiga, pese a que también vivió la misma hecatombe, tuvo un exilio modesto. Su padre, científico especializado en estudios prácticos para la explotación del petróleo, había recibido una oferta cautivadora para irse a Ghana.

Eleonora recordó también a su madre postrada en sus escasos peldaños educacionales. ¿Y su padre? Para mudarse a otro planeta le bastó que la niña estuviera lista para seducir vistiendo trapos indignos y que cambiara sus muñecas por chavales. La necesidad llevó a su madre a la fe de trabajos improcedentes, los cuales, en la mayoría de los casos, prefirió dotes de meretriz a estar colmada de tantos principios y morales.

Seis meses después, antes que el régimen se solidificara, su madre logró reunir lo suficiente para establecerse en Colombia, en un lugar tan azul como el mar. No era el paraíso petrolero que daría refugio a los de Cynthia, pero en aquella villa costera aún se podía ir al colegio libre de preocupaciones. 

Durante los años que tuvieron para extrañarse las amigas nunca se visitaron, pero las correspondencias atestiguaron que el cariño que sentían nunca se desafinó con el tiempo.

Cynthia le enviaba fotos donde se ilustraba sonriente aferrada a trompas de elefantes o despojándose de su pubertad en el Castillo de la Costa del Cabo. En otras le mostraba el Atlántico (visto desde el Golfo de Guinea). Fueron muchas las noches que Eleonora repasó el progresivo encanto divino de su amiga, viajando por las arenas del Sahara con sus sombreros tejidos a crochet. Sentía una envidia desbordante, pero siempre, bien intencionada. ¿Cómo no sentirlo? Incluso estuvo dispuesta a cambiar los estragos de Escobar que languidecían a Colombia por un paseo en la Mezquita de Larabanga.

“África podría ser un continente tan expuesto a peligros y a guerrillas como América, pero allá estaba su amiga, feliz y sonriente en cada una de las fotos.”

Hasta se había enamorado de un portugués esbelto y de hombros anchos; como le gustaban a ella. Incluso tenían un niño al que le llamaron Duarte.

«¡Mira eso! Incluso el nombre está bonito», pensó Eleonora poniendo fin a su nube de reflexiones.

Había volado tan lejos que, por un momento, sintió que se había quedado sola. Examinó, deliberadamente, a su amiga y a su hijo, deteniéndose con preferencia en el segundo, que parecía estar tan bien premiado por el buen lucir como su padre. Ser sordomudo era la única diferencia.

El vientre hinchado se acarició Eleonora con las palmas de sus manos. Jesús le lanza una patada y ella se sobrecogió de alegría, aunque después, el rostro se le inundó en penas. Quiso compartir lo que acababa de sentir, pero se resistió. Intentaba evitar la pregunta que Cynthia no había lanzado aun, la que ella no planeaba responderle ni al mismísimo Jesús.

—Conocer a mi cuñado será para mí una revelación espiritual, por lo que veo —le dijo Cynthia, como su pidiera leer sus pensamientos.

—Hace mucho que no recibo noticias suyas —se defendió Eleonora y se acordó de su madre.

Su amiga la miró por un rato.

—Nora, Nora, Nora…tan distintos son nuestros destinos—. Mira, no soy quién para juzgar tu juventud perdida. Has hecho cosas de las cuales no estoy para nada orgullosa, pero te aseguro que ese bebé no sufrirá tu desgracia. ¡Estoy aquí para ti!

Eleonora asintió, aunque pensó que la palabra «desgracia» pudo haber tenido otra sustitución.

—Bueno, llevamos tiempo aquí sentadas y no hemos bebido nada —dijo Cynthia estirando el cuerpo al levantarse—. Voy a por unas cervecitas y le traeré un zumo a Duarte.

—¡No tengo sed!

—¡No tengo sed! —imitó Cynthia en tono de melancolía y Eleonora se sonrió.

—Nora, Nora, Nora…tú como siempre; tan señora. Más vale que arrojes la timidez o no tendrás una próxima vez.

Eleonora no se extrañó por las rimas forzadas de su amiga. La poesía le gustaba tanto…

—Thia, no es timidez. Es que… no suelo beber alcohol cuando estoy en comunión con la naturaleza—. Rozó el vientre con la palma de su mano y prosiguió—: También por Jesús. Creo que tendría solidas opiniones al respecto.

—Pues tendrás que cambiar esa costumbre frugal, mi dulce jazmín. Échale un ojo al Duarte y no vayan a ningún lado que ahora vuelvo.

—Nora, Nora, Nora…—decía Cynthia sonriente mientras se alejaba.

El joven Duarte abrió los ojos tan solo escuchó los últimos pasos de su madre al marcharse. Engurruñó la cara por el exceso de luz directamente en sus ojos claros. Algo que seguramente podría solucionar con sus párpados caídos en cualquier tarde veraniega de Oporto cuando visitaba a su abuela. Sin embargo, el sol de Acra tanto como el de Santiago, eran igual de prepotentes en esa época del año.
Frente al banquillo que les daba descanso jugaban unos jóvenes a las escondidas.

—Duarte, ve y reúnete a ese grupo de chicos —le dijo Eleonora con suave voz, gesticulando excesivamente—. No necesitarás hablar para entender las reglas. Además, estoy segura de que también en África se juegan a las escondidas.

El joven portugués, con una mirada inquietante, se contentaba con ver el juego de lejos.

—Debe ser incómodo para ti este nuevo mundo —prosiguió Eleonora—. En África tenías…, quizá mucho más tiempo para permanecer jornadas enteras en bosques tupidos.

La veterana pensó en una de las fotos que había recibido de su amiga, en la que se le veía cabalgando un enorme caballo blanco llamado Ashanti. En las fotos, Cynthia lo corría a pelo, descalza y casi desnuda. Se adentraba en la llanura silvestre y se le veía ir a toda viveza, rumbo al horizonte. Eleonora, por un segundo, cerró sus ojos y se permitió soñar.

—¡Oh, Duarte! ¡Qué pena que no puedes oírme! —murmuró en un suspiro.

El movimiento de su pierna, provocada por la rodilla de Duarte, la trajo de vuelta la centro en un parque cualquiera de Santiago de Chile. Eleonora se extrañó. En las pocas ocasiones que llevaba viéndolo, Duarte nunca había abandonado su espacio personal. Del bolsillo de su mochila, sacó un cuaderno, un lápiz y escribió:

*No soy sordo. Padezco de mutismo. Hay una diferencia.

La veterana se dio un susto que olvidó hasta su propia fe, a lo que Duarte respondió con otro escrito.

*Por favor, no te asustes. Mucho más importante, no le digas nada a mi madre.

De una manera misteriosa, el segundo escrito rescató la serenidad en el cuerpo de Eleonora.

—A mi entender, tienes muy buena capacidad auditiva. ¿No se supone que seas sordo?

*¿Por qué?

—Porque en muchos casos, quien es mudo también es sordo.

Duarte dejó de escribir por un momento. Su boca permanecía tan sellada como siempre, pero sus pensamientos andaban dando vueltas por todo el parque.

—¿Entonces, tu madre cree que eres mudo? —averiguó Eleonora, pero el chico, con rebeldía, respondió lanzando el libro hacia unos arbustos que estaban justamente detrás de donde ellos estaban sentados.

Eleonora aun recordaba uno que otro pasaje de su vida donde tuvo que lidiar con jovencillos con un patrón de conducta extrema. En su primer y segundo año de Psicología, recordó que, en ocasiones, la mejor forma de ayudar a un paciente no es mostrándose como aquel que puede solucionar los problemas, sino como un paciente más.

Con sus manos en el vientre, se levantó bien despacio y fue a los arbustos con el fin de recuperar el cuaderno. De vuelta al banquillo, alcanzó el lápiz de las manos de Duarte y comenzó a escribir:

*Prometo contarte algo muy personal si me das un regalo.

*No tengo regalos para dar.

—Estoy segura de que sí, Duarte —prefirió usar su voz la veterana—. Estoy segura de que sí.

*Te doy un regalo entonces.

*Pues bien. Aquí va el secreto: cuando era un poco más joven que tú, mi madre me llegó con la noticia de que yo era muda.

Excitado, abrió Duarte los ojos. Tomó otro lápiz de su cuaderno y, así comenzó un diálogo más fluido.

*No lo puedo creer. ¿Cómo has logrado hablar, después de todo?

*No fue tarea fácil. Al principio me pareció imposible, pero con el tiempo me di cuenta de que, si en realidad deseaba hablar debía poner de mi parte y gritar a todo pulmón.

Duarte echó al aire una sonrisa afónica que le pareció a Eleonora mucho más contagiosa que chistosa. Luego escribió:

*Y entonces, ¿pudiste gritar?

*¡Claro que sí! Me pasé gritando semanas tras semanas hasta que, poco a poco, fui bajando la voz y terminé hablando.

La última lectura devolvió la sequedad en el rostro de Duarte. La veterana era consciente de lo que venía a continuación.

*¡Espera! Si te estás preparando para gritar, debes comprender que es preciso saber la razón de tu condición antes de intentar superarla.

Duarte la observó por primera vez a los ojos.

*¿Por qué te preocupas tanto por mi condición?

*Porque eres como mi familia, Duarte. Tu madre es como mi hermana. Eso te hace a ti mi sobrino, ¿no crees?

El chico volvió a mirarla a los ojos y escribió:

*Tal y como ha pasado contigo, ha sido ella quien me dijo que, a su entender, yo era mudo.

—¿A su a su entender? —repitió esta vez Eleonora, que prefirió abandonar la escritura al ver a Cynthia acercarse con las cervezas y el zumo.

*Poco importa lo que crea. Dedica más tiempo a sus ajuares y escarcelas que a mí.

Eleonora observó como Cynthia se acercaba, sin prisa. Tenía una túnica con bordados muy finos en las mangas y en el pecho, apretada al cuerpo y recogida por las caderas. Aunque parecía toda una utopía poder comparársele, era la primera vez que no sentía aquella envidia bien intencionada.

—Dime rápido, antes que llegue tu mamá… ¿has podido hablar alguna vez?

*Una vez con mi padre. Cynthia no te ha contado; se han distanciado y no me permite verle.

Eleonora se extrañó que el pequeño Duarte se refiriera a la madre por su nombre.

—Rápido, Duarte… ¿qué edad tenías la última vez que hablaste?

Duarte la miró y apretó los labios, como si las palabras estuvieran a punto de abrirle la boca.

*Nueve.

—Bien Duarte, lo has hecho muy bien. Ahora, por favor, el regalo que te pedí. Olvida lo que te ha dicho tu madre. Entiende que no eres mudo. Quiero que grites. ¡Grita Duarte, con todas tus fuerzas!

Eufórico, Duarte se levantó del banquillo y apretó mucho más fuerte las manos y los labios. De los ojos se le escaparon unas lágrimas que refrescaban el dolor impreso en el recuerdo de su padre.

—Nora, ¿qué pasa? —voceó Cynthia asustada al notar el estado de Duarte.

—Grita Duarte, que tu padre desea escucharte. ¡Grita!

—¡¡¡Ah!!! —gritó Duarte por un largo rato, con cierto dolor.

De unas trémulas manos cayeron; las botellas de cerveza y la caja de zumo al suelo. Cynthia corrió desesperada para abrazar a su hijo con la fuerza de la trompa de un elefante.

—Thia, te queda trabajo por hacer —le dijo Eleonora dejándole el cuaderno para que lo leyera.

Al ver que la amiga no paraba de sollozar, repuso:

—El pequeño Duarte no vivirá nuestras desgracias. ¡Estoy aquí para ti!

Y, con las manos en el vientre, poco a poco, se fue alejando Eleonora. 

 

Pocas horas después, junto al mismo banquillo en el parque…se escuchaba a Cynthia implorar:

—Duarte, hijo mío…dile unas palabras a esta pobre madre que te quiere. Dime me lo que desees, pero dime algo.

Duarte le tocó la cara con suavidad y dijo:

—Nora, Nora, Nora…

© Héctor A López Olivera 2018

[instagram-feed disablemobile=true]
¿Quién es Héctor?

Comencé a recetar soluciones para la amargura desde pequeño y en casa pensaron que sería doctor. Luego de un tiempo, mi madre  … Más

Suscríbete para que recibas una notificación cada vez que se publique

* campo obligatorio